La perversión tóxica de amarrar de por vida a los artistas evidencia que, por encima de todo, buscan el beneficio titánico de rentabilizar hasta el último euro
La luz de la fama y el estrellato tiene un precio muy alto, perder de vista una libertad a la que nunca debe renunciar cualquier persona entregada a su vocación musical. El suculento plato del éxito no recibe apenas resistencia de quienes se prestan a ver cumplido su sueño de triunfar en el mundo de la música, pero bajo la apariencia de un futuro brillante servido en bandeja como una oportunidad única e irrepetible, y ofrecido a cambio de una firma en un documento, se esconde la amputación del bien más preciado de los artistas, su independencia.
Como cuenta un artículo publicado por Peio H. Riaño en El Español, esto está ocurriendo tras los focos de los programas lanzaderas como OT, cuyos concursantes, jóvenes y hambrientos de éxito, les convierte en presas idóneas para las discográficas. Los concursantes firmaron un contrato antes de salir en pantalla, con el que otorgaban el futuro de sus carreras musicales a sus contratantes.
Conocidos como contratos 360º, también se incluyen acuerdos editoriales, de imagen y de managament, es decir, absolutamente todo lo que hagan los participantes del concurso, está en manos de Universal Music, como por ejemplo escribir canciones propias. Han firmado unas condiciones que limitarán la totalidad de sus carreras.
No puede ser más evidente la intencionalidad de este tipo de producciones, la búsqueda insaciable del negocio y el mercadeo por encima del legítimo fomento de la música como fuente de cultura, aunque desde las cadenas de televisión pretendan dar esa imagen de colaboración para catapultar a 'jóvenes artistas'. Nada nuevo. Son proyectos muy bien diseñados para sacar un rendimiento económico y obtener beneficios titánicos con la perversión tóxica de amarrar de por vida a los triunfitos.
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