jueves, 20 de septiembre de 2018

"No estamos acostumbrados a dedicar más tiempo a vendernos que a ser músicos"

Pasamos más tiempo en la docena y media de plataformas y apps subiendo quinientas fotografías con pose de estrellas y aparentando que haces música, que horas pegados al instrumento con el que realmente la haces

Jesús Cifuentes, vocalista de Celtas Cortos

La era digital trajo consigo el acceso universal a la música como pocos avances semejantes ha tenido la cultura en la historia del mundo. Fue una veda que dio paso a medio planeta, no solo a localizar de manera directa e inmediata todo el tesoro musical que quedaba por descubrir, sino a la producción autónoma de nuestras propias canciones mostradas al resto del mundo, nuestro propio talento, así de potente, desde nuestros modestos hogares.
No todo fueron ventajas, sobre todo para los acólitos de la maquinaria industrial, que han visto como con el paso de los años han dejado de "enriquecerse" a mansalva, con más o menos razón por los millones de copias piratas, pero que sobre todo han tenido que verse obligados a reconocer que el mundo de su negocio ha cambiado y no hay billete de vuelta.

Promoción, promoción, promoción

Desde cierta mirada crítica, vemos que el rumbo de un amplio espectro de la música deriva siempre en lo que determinan los pilares del mercado. Fue en un lugar indeterminado en el tiempo, en que el embalaje se impuso al artefacto, la imagen por encima del producto. Esta simbiosis antológica funcionaba cuando a pesar de la extravagancia de las portadas, fotos, videos, y toda la pólvora que el marketing quiso inventarse y volcar sobre la imagen que debía dar un músico o una banda, nunca dejó de ser un complemento de atracción (sí, y con mucho éxito), pero los discos se compraban por la calidad nuclear de las canciones compuestas que salieron del horno de los estudios de grabación tras un templado tiempo de ensayos y nuevas creaciones. Porque en definitiva la música es una disciplina del arte irrefutablemente independiente de todo aquello a lo que traten de hacerte consumir por más sentidos que por los únicos oídos.

Pero eso cambió porque así lo quisieron, la música fue supeditada al negocio de la música. Traducido a la actualidad, veo un reflejo de ello en la entrevista que recientemente ha concedido la banda Celtas Cortos al diario 20minutos con motivo de su nuevo album de lanzamiento. No puedo dejar de sentir desazón cuando contemplo el panorama musical de hoy día, cuyo rumbo viene determinado por el peso de la multitarea de venderse (en el buen y legítimo sentido) para ofrecerse al mundo, más que por la intrínseca inquietud de hacer eso, música.

Sobre ello, Alberto García, dice esto: "Es el doble filo de la tecnología. Por un lado te lo facilita porque desde tu casa puedes abrirte y dispararte al mundo, pero esa facilidad también la tiene el vecino de al lado. Tienes que pelear con la valía de los demás, hay que asomar mucho la cabeza. También, la parte más cortante de ese doble filo, es que nosotros no estamos acostumbrados a dedicarle casi más tiempo a venderte que a ser músico. Ahora para que algo despunte un poquito tienes que estar más tiempo haciéndote fotos. Para nosotros se nos queda un poco grande ese traje".

En las últimas décadas, la música y su industria se ha visto envuelta inevitablemente en este tren bala de la era digital, y toda la vorágine de salidas innovadoras son ni más ni menos que el nuevo mapa del mundo donde te adaptas y sobrevives o te arrugas y mueres. Me refiero al inmenso abanico de satélites para amasar seguidores que existen en la red donde, si no tienes presencia, simplemente no existes.

Prima que hoy día seas un músico influencer, donde por mandamientos de la biblia del comunnity manager has de subir rigurosamente imágenes a tu cuenta instagram, con sus medidos hashtags, y que sean fotos de bien guiadas por consejos de expertos que te dicen cómo debes hacerla para que tengan más éxito. Prima que hoy día seas el músico que sube stories tres o cuatro veces al día, mostrando cada pequeño acto de mierda que haces en el tránsito de las tres de la tarde hasta las diez de la noche. Prima que mantengas vivas y activas tus redes sociales, que las trates como si fueran el pulso de tu sangre, porque si las abandonas dejas de conseguir seguidores. Ocúpate de facebook también, y de twitter, de la docena y media de plataformas donde tienes abierta una cuenta con tu perfil, y donde debes emplear sagradamente un tiempo exquisito que acaban siendo una mordida de horas importante dedicadas al mundo like en vez de al repaso de una tablatura, porque así lo ha querido el mundo de la música. Las apps son literalmente una prótesis que cualquier persona con vocación musical debe instalarse en sus quehaceres diarios.



Una imagen que hay que dar y cuidar, porque si no te muestras, es más, si no enseñas tu precioso rostro, el veredicto del mundo es que tú no eres músico. Algo demoledoramente paradójico. 
Comenzar a construir una carrera musical por la carcasa de una imagen es construir una casa por el tejado. Vacío y humo, musicalmente hablando. Quieres tener cinco mil seguidores habiendo compuesto una sola canción, un éxito rápido. Un chute de likes que sean la motivación que necesitas para ver si sigues haciendo más, por encima del deleite que suponía hace años que lo que tocabas te saciaba a ti mismo y eso era justo lo que buscabas y necesitabas. 

En la misma entrevista en 20minutos, Jesús Cifuentes dice: "Está bien, pero nosotros no estamos en esa actitud de pose cada cinco minutos. Por lo demás, todo lo que se pueda hacer por difundir la idea musical, lo hacemos, porque esta es la pasión que mueve nuestra montaña. En esa dirección apretamos el hombro lo que sea, con entrevistas en medios, con eventos... En el otro sentido no. Pero a la gente le gusta esa otra forma de hacerlo y es lo que nos parece loco".

Llevamos generaciones y generaciones donde vemos con estupor que tanto artistas de éxito como toda esa ola de jóvenes con sueños de artistas, pasan más tiempo en la docena de plataformas y apps subiendo quinientas fotografías con pose de estrellas aparentando que haces música, que horas pegados al instrumento con el que realmente la haces. Hay que venderse porque así está el tablero de juego. 

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